Desafíos de escuelas Waldorf

La suspensión de la asistencia presencial a las escuelas fue un quiebre que a les educadores nos llenó de desafíos. Las escuelas Waldorf no están ajenas. Carolina Andrea Serrone, maestra del Jardín Waldorf para la Infancia Nido de Luz, y Marina Barab, maestra fundadora de la Escuela Waldorf Luces del Valle, cuentan los desafíos pedagógicos e institucionales presentes, y comparten un poco de la historia de sus espacios educativos.

Carolina y Marina, maestras Waldorf:

Espacios amplios rodeados del verde de la naturaleza, colores pasteles, juegos de maderas y niñes sin uniformes en rondas que rondan podría ser la descripción de alguna escuela Waldorf. Poco se sabe o se suelen tener algunos prejuicios sobre estas experiencias educativas que tienen su origen en Alemania a principios del siglo XIX. A pedido del dueño de la fábrica de cigarrillos Waldorf Astoria, se creó para les hijes de sus obreros un espacio educativo a cargo de Rudolf Steiner. Para la pedagoga Helle Heckman, escoger una iniciativa Waldorf es un cambio de vida para siempre. Porque no es sólo pedagogía, es un estilo de vida.

El Jardín Waldorf para la Infancia Nido de Luz está ubicado en El talar de Mendiolaza. En las primeras semanas de la cuarentena, las maestras pidieron a las familias que contaran cómo veían a les niñes y cómo transitaban esta vivencia. Para toda pedagoga Waldorf de primer septenio, es decir, de los primeros 7 años de vida, es imprescindible observar a les niñes en su integridad. Para Carolina Andrea Serrone, maestra fundadora del Jardín, es importante observar sus vivencias y preguntarse: “¿Cómo están en su desarrollo físico, emocional, sus sentidos, su lenguaje y su desarrollo de la comprensión?”.

Para ella, como para muchas educadoras de la primera infancia, se ha vuelto muy difícil trabajar en este contexto donde faltan los vínculos sociales y afectivos tan esenciales para el aprendizaje. Reconoce que una llamada, una foto, mantiene el calorcito con les niñes que tenían vínculos de años anteriores. Pero, con las familias que habían ingresado este año, era un gran desafío: ¿Cómo sostener un vínculo verdadero que aún no había sido creado?, reflexiona Carolina.

Sin embargo, siempre mantuvieron el contacto con las familias, hicieron llamadas, enviaron mensajes, fotos y se contaron las cosas que hacían. Además, enviaron material de lectura para las familias con el objetivo de acompañarlas en las necesidades que iban manifestando, por ejemplo: “Cómo sostener ritmos diarios en el hogar y cómo establecer límites sanos”. Al respecto, Carolina sostiene que, en la primera infancia, es muy importante mantener un ritmo saludable del ciclo sueño-vigilia. “En la cuarentena, este ritmo en las familias se desorganizó y eso generó que hubiera que encontrar un nuevo ritmo en este tiempo tan atípico para la vida de todos”.

También están mandando, cada 15 días, material pedagógico para que las familias lo trabajen con les niñes. Actividades manuales/plásticas, amasado, recetas de cocina de los alimentos que comen en el jardín, juegos de movimiento, juegos de dedos, canciones, entre otras.

Carolina cuenta cómo, desde la pedagogía Waldorf, conciben la primera infancia y qué se busca con la finalización del jardín: “No trabajamos la intelectualización precoz de los niños. Hay mayor nivel de conexión neuronal cuando juegan. Es todo tan orgánico que lo disfrutan mucho. Son felices, se sienten a pleno en la tierra”. Y, comprendiendo que “todo es a su debido tiempo”, trabajan sobre los ritmos diarios: “Hay un tiempo para venerar, otro para jugar, para comer y crear”. Al finalizar el jardín de infantes, buscan que les niñes “se vayan con el sentimiento de ser soberanos de su propio ser y de su propio cuerpo. Como si llevaran en sus brazos una gran canasta colmada de tesoros; sintiéndose grandes, amados/as, protegidos/as”, porque, para Carolina, los tesoros de la primera infancia se guardan para toda la vida dentro del alma.

De acuerdo a una premisa de la pedagogía Waldorf: “El mundo para el niño del primer septenio es bueno”. Ante esto, Carolina se pregunta: “¿Cuán bueno está siendo este mundo para les niñes cuando no pueden visitar a sus amigues, abueles, tíes; cuando no pueden salir a andar en bici porque afuera hay algo malo que les va a hacer daño y cuando el contacto con otros los puede lastimar?”. Para ella, hay que mantener a les niñes llenos de amor para que el encierro sea menos nocivo y un nuevo desafío es mostrarles que el mundo sigue siendo bueno.

La Escuela Luces del Valle se encuentra en Anisacate. Marina Barab cuenta que las maestras se encuentran mediante reuniones por videollamada y también tienen el desafío de acompañar y contener a las familias. Trabajo que, además, se realiza en conjunto con una psicopedagoga. Mandan actividades que tengan sentido y que ayuden al buen vínculo en el hogar, por ejemplo, cómo cocinar, cómo hacer la huerta en familia. “Son pequeños proyectos relacionados con el cuidado en la casa y pensados para hacer algo que no sea pesado, sino divertido, y realizado en conjunto”. Sin estar ajenas al desafío que atraviesan muchas docentes, Marina agrega: “Hemos perdido un poco el vínculo con los chicos. Entonces, a su vez, las maestras decidimos mandarles audios, cuentos, canciones y, dos veces por semana, les niñes cuentan sus perlitas”. Además, enviaron cartas con tesoros del otoño o cuadernos dibujados por ellas. En este momento, para Marina no es prioritario la cantidad de contenidos en las actividades, sino la calidad de lo que se ofrece, con el objetivo de crear un buen ambiente.

Familias y maestras sosteniendo un proyecto educativo

El Jardín Nido de Luz empezó en el 2013 como un taller de juego en el living de la casa de Carolina; acompañada de Valeria, una psicóloga especializada en infancia. El primer día, esperaban a 8 niñes y, cuando abrieron la puerta, eran 12. Así, recuerda los comienzos del Jardín que, finalmente, se consolidó en el 2014, debido a la necesidad por parte de las familias de otro espacio pequeño como este jardín.

Carolina había trabajado en la Escuela Waldorf Dandelión de Saldán y estaba convencida de que, para que haya una escuela primaria sostenida, tiene que haber muchos jardines cerca, y se embarcó junto a Florencia Marchesino, profesora de artes plásticas, y las familias en este proyecto educativo que está activo tras 7 años de existencia y no para de expandirse. En la actualidad, asisten 63 niñes a una hermosa casa que tiene un gran patio para albergar a toda la comunidad educativa.

Todas las escuelas Waldorf se caracterizan por los vínculos y puentes entre el Jardín-escuela Waldorf con las familias. Para esta pedagogía, es muy importante que les niñes vean la congruencia de las acciones. Es fundamental que haya plena confianza “pues, sobre esta confianza, la maestra podrá apoyar la decisión de la familia de asumir una educación Waldorf y la familia, a su vez, podrá respetar lo que en el Jardín-escuela se haga. Una cosa sin la otra no son nada”, sostiene Helle Heckman.

La Escuela Waldorf Luces del Valle fue creada en el 2016, en Anisacate, en conjunto con las familias y Marina, como maestra fundadora. Al comienzo, empezaron alquilando una casa con un grupo de 15 niñes y dos maestras. Al año siguiente, por la demanda, abrieron una nueva sala en el turno tarde. En el 2019, empezaron con la escuela primaria; con 8 niñes en sala multigrado. En total, son 5 maestras, dos para las salas del jardín y una en la primaria. Además, hay maestras de música, inglés, carpintería y huerta. En la comunidad educativa, son casi 50 familias y, al igual que el jardín de Mendiolaza, sigue creciendo y está en expansión en un nuevo espacio físico.

Los desafíos para enfrentar el aspecto económico del proyecto educativo

Ambas maestras resaltaron la participación de las familias tanto para el acompañamiento educativo de las infancias como para lo material del proyecto. Es un tema muy importante que se trabaja de manera conjunta y autogestionada.

En la escuela de Anisacate, las familias y maestras se organizan en comisiones de trabajo, tienen un proyecto de panadería y participan en eventos y ferias para recaudar fondos. En el jardín de Mendiolaza, las familias realizan un aporte económico básico y, además, existe el aporte fraterno. Luego, existe el aporte social, basado en la participación y organización de eventos, ferias o kermese abiertos a todo el barrio. En menor medida, se ha dado un sistema de padrinazgo para ayudarse entre las familias.

En este contexto, en la escuela de Anisacate, un gran desafío fue la continuidad del trabajo en comisiones y la toma de decisiones. Sin embargo, superaron dicho obstáculo al elegir un representante por cada comisión y se reúnen una vez por semana por videollamada. En Mendiolaza, también se organizan en comisiones y sostienen diferentes proyectos para sostener la economía del jardín. Se encontraron con el gran desafío de lograr que las familias, que recién comenzaban a ser parte, sientan una cohesión y no se fueran. Además, hay familias que, en este momento, no llegan a cubrir el aporte mensual. Ante ello, la comunidad educativa propuso armar una pequeña panadería. Con todos los permisos y cuidados, venden panes y pizzas en un mercado virtual. Gestionado por las familias, también venden miel, productos elaborados por elles y se organizó un vivero.

Claudia Van Cauwlaert y Ana Cámara son integrantes de la comunidad educativa de Anisacate. Les pedí que describieran una imagen de la escuela. Para Claudia, es una nueva oportunidad para el aprendizaje de habilidades para la vida de todes, tanto para les niñes como para les adultes de la comunidad. “Desde registrar las emociones, el modo de hablar y comunicarnos. Integrar lo individual y lo comunitario, lo rígido y lo flexible; es una gran desafío lleno de aprendizajes”. Ana agrega: “Es apostar a la autogestión y a la calidez humana”.

FUENTE:La tinta.
Por Candela Molina