Mejor ni hablar de ciertas cosas

La vida de adulto empieza y continua habitualmente a todo trapo aunque algunos van quedando por el camino, la vida como la nave va a pesar de los pesares. . . así es como pasan 10, pasan 20, 30 y más años y las personas siguen trabajando de lunes a viernes, cuando no más. La mayoría forma pareja, tiene hijos, estos crecen, se van de la casa y. . . sigue la misma historia que los padres, ya por cuenta propia. 
Horacio A. Feinstein

Los adultos mayores terminan jubilándose el día menos imaginado;  de repente. . . la persona se siente  cayendo a un vacío, atemperado inicialmente por el paraíso artificial de varios haberes cobrados retroactivamente.

Al poco tiempo de estar sin tiránicos horarios cae en la cuenta que no tener obligaciones laborales ni aquellos horarios cotidianos deja de ser un alivio y empieza a aparecer un enorme hueco difícil de llenar salvo que la persona haya empezado otras actividades durante los últimos años de trabajo antes de jubilarse.

Uno dirá, bueno, es como cuando uno tiene un hijo y de repente se da cuenta que no tiene la menor idea de cómo ser padre. O cuando se es adolescente y se sufre como un condenado sin que nadie nos haya advertido de ello previamente. Una de esas etapas de la vida para la cual no se está preparado, para la que no traemos instrucciones desde la fábrica sobre qué hacer en esos momentos. 

Con la jubilación hay algo parecido pero con una gran diferencia: se presume que a partir de ella se entra en la ultimísima etapa de la vida, la antesala del final de nuestra propia película.

Como se decía hasta hace no mucho, se había ingresado en esas “horas de espera”. ¿Pero qué se puede esperar a una edad avanzada si uno no tiene de qué ocuparse y ocupar su mente? ¿Están muchos en condiciones de sentarse frente la TV a esperar  la muerte? Unos cuantos necesitan hacer changas para sumar al haber y así llegar bien a fin de mes consiguen ese ingreso ayudando en un kiosco, ayudando a familiares, haciendo trámites y mandados;  de paso están en contacto con la sociedad y se entretienen, seguramente renegando –con razón- tener que hacerlo para llegar decorosamente al día 30. 

Otros que tienen buena jubilación y no les hace falta hacerlo, se enfrentan a una dramática situación de duda existencial. Los nietos, cuando los hay, suelen ser motivo de ocupación y distracción. No obstante ello en todos los casos en un momento u otro aparece la pregunta por el sentido de la vida, de una vida acabada al momento de la jubilación. Y en última instancia todos los adultos mayores, más temprano, más tarde nos enfrentamos a la noción de la muerte. Algunos frente a frente.

La muerte, ese cuco tan poco visitado a lo largo de la vida, vedado durante la niñez y adolescencia, tan poco hablado con los amigos, con los familiares, por ende temido por tan desconocido, por ser  el punto terminal de un tránsito del cual nadie puede dar fe ni razón y que muchos imaginan más terrible y doloroso que cualquier dolor vivido. “Fuera malvaccio” solía decir el Pelado Boragno ante tan difíciles circunstancias, mientras gesticulaba fuertemente con el brazo y la mano para alejar al mal. 

Es el punto de angustia muy poco divisado previo a la jubilación entre tanto fantaseo acerca de lo maravilloso que debe ser estar jubilado.

Llegado a semejante situación -mucho mejor, antes- es recomendable recurrir a profesionales psi capaces de acompañar a encontrar una salida ante tamaña angustia. Para que cuando la muerte venga por nosotros, nos encuentre entre los vivos. 

Teniendo en cuenta todo lo que podemos hacer y disfrutar aceptando nuestras limitaciones  como seres de vida prolongada al tiempo que reconozcamos todas nuestras capacidades de vida acumulada.

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